Mario Mendoza con Polo Polo y Jota Pe Hernández: ¡Qué decepción! El escritor se une a quienes afirman “defender el país”

Si de algo hay que defender al país es del temor especulativo que generan los medios en donde Mario Mendoza trabajó, que le hacen pensar a personas como él que hoy no hay una democracia sino una cuasi dictadura. En su columna… sí, hasta mencionó a Nicolás Maduro y solo le faltó añadir “nos volveremos otra Venezuela”.

Se le olvidó a Mario Mendoza cómo opera el poder político tradicional en este país. Se le olvidó que fue ese poder el que propició un intento de censura a sus obras tras el éxito de Satanás, sumado a que, como él mismo lo cuenta en la página 176 de su libro Leer es Resistir, el uribismo simplemente lo rechazó cuando lo consideró “un personaje sospechoso, alguien difícil de catalogar cuya verdadera identidad estaba más cerca de la izquierda que de la gente emprendedora y “decente” de la derecha”.

Él mismo sintió que esa situación le estaba anticipando “una muerte literaria prematura”. Y ahora, lastimosamente, su opinión parece, en parte, haber cedido a ese poder político tradicional, otra vez, en tanto olvidó cómo opera, y se creyó sus mentiras: que no son más que una estratagema para manipular.

Respeto mucho al escritor y he leído muchas de sus obras. Desde ese respeto y conocimiento voy a hacer una crítica a su crítica, resaltando que está bien criticar al Gobierno, al presidente, al poder ejecutivo… pero son decepcionantes algunas formas en que se hace, que terminan por ceñirse a la narrativa que aplauden personajes como Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo, quienes poco hicieron por el país cuando tuvieron oportunidad (ellos y sus amigos), y que hoy pretenden que Petro solucione todo en 2 años.

5 puntos de crítica a la crítica de Mario Mendoza contra Gustavo Petro:

  1. Dice Mendoza: “(…) a nosotros nos corresponde no caer en la trampa y defender el país que con tanto esfuerzo hemos edificado en medio de la guerra”.

Si de algo hay que defender al país es del temor especulativo que generan los medios en donde Mario Mendoza mismo trabajó, y que le hacen pensar a personas como él que hoy no hay una democracia sino una cuasi dictadura. En su columna… sí, hasta mencionó a Nicolás Maduro, y solo le faltó decir “nos volveremos otra Venezuela”.

Mario, cuando dice “nosotros”, se está incluyendo en el grupo de políticos de Miguel Polo Polo, Jhonatan Pulido Hernández y María Fernanda Cabal que, no solamente afirman haber “edificado” país, sino que hoy dicen que van a defenderlo. La pregunta es… ¿defenderlo de qué?

Colombia NUNCA en la historia había tenido un tránsito tan democrático como lo está teniendo en la actualidad. Por supuesto, hay conflicto político dentro del cual existen y existirán cantidades de tensiones de parte y parte que son normales en la democracia. Pero desde el Estado ya no se perpetran crímenes contra la oposición, ya no se persigue ni asesina a quienes no están de acuerdo, la represión ya no es el común denominador de las marchas contra el Gobierno.

¿Le parece a Mendoza que Colombia tiene inestabilidad política hoy cuando por fin existe un conflicto político en donde líderes de la oposición como Álvaro Uribe, Miguel Uribe Turbay y hasta la misma María Fernanda Cabal se reúnen con el presidente en la casa de Nariño para conversar sobre sus diferencias? No es inestabilidad política, son tensiones normales dentro de cualquier democracia.

  • Qué bonito le suena a Mario decir que: “La triste verdad es que el estricto cumplimiento del proceso de paz y una reforma de fondo a la educación, que hubieran podido ser los dos pilares centrales de su gobierno, se habrían financiado sin problemas (despegando y cambiando la nación para siempre)”

Parece que Mendoza no ha visto a Paloma Valencia defender a rajatabla que debería acabarse la universidad pública y ese dinero invertirlo en la universidad privada que porque son las mejores. Eso, solo como vasta muestra de las pretensiones de la ‘oposición’ en este sentido.

Claro, es que transformar el sistema de educación en Colombia, que históricamente ha beneficiado a los privados y dejado en detrimento al sector público, es muy fácil y puede hacerse ni siquiera en cuatro sino en dos años… ¿cierto? Lo mismo con el cumplimiento del proceso de paz.

Lo que el escritor ignora es que ambos escenarios se ven atacados con una gran resistencia desde las élites y clanes políticos, que no solo han pretendido entorpecerlos desde siempre, sino que ahora arrecian con más fuerza y casi hasta logran equiparar constitucionalmente (en el proyecto de ley de reforma a la Ley 30) la educación pública con la privada.

Han sido la educación y la paz, junto con la democratización de la tierra, pilares grandes del Gobierno, pero la disputa política que se teje a su alrededor no ha permitido avanzar más al respecto: hay estructuras en Colombia que, fácilmente, tienen más poder que el mismo Estado. Otra cosa que tanto ha mencionado en sus libros, y hoy parece obviar.

  • Mario nos lo dice indignado, casi al punto de criminalizar la movilización social, que Petro se ve “a sí mismo como un enviado del cielo que debía llamar a sus ejércitos a la calle para librar una batalla en contra de un sistema injusto y criminal”.

Si somos “ejércitos”, como Mendoza lo dice, no somos ni de Petro ni nacimos con su Gobierno: llevamos muchos años en la movilización social enfrentando los clanes que el escritor poco o nada menciona en su obra, y que incluso su propia editorial Planeta ha protegido, como ocurrió con el Clan Char. Ahora salimos una vez más a apoyar un proyecto político en el que creemos y hemos visto, a plena consciencia, cómo podría avanzar mucho más si no le pusieran tropiezos tramposos a diario de diferentes formas.

A Mario hay que decirle que movilizarse en Colombia no es ni puede ser únicamente salir a votar cada cuatro años. Es ingenuo creer que luego de haber votado por un Gobierno alternativo, la única forma de poder a través de la cual debemos tomar posición en la disputa política, sea el poder ejecutivo y la institucionalidad. Craso error mirar al cielo para esperar que las cosas cambien estando simplemente detrás de un escritorio y no tocar la calle.

Se nota que este escritor no ha visto las manifestaciones en contra del presidente donde gritan sin vergüenza “¡qué reviva Carlos Castaño!”, o donde piden “cárcel o muerte, nada de mesas de diálogo” (en entrevistas que yo mismo he realizado y publicado en Cofradía para el Cambio). ¿Es entonces una tiranía, una acción desquiciada o, simplemente, algo incorrecto pedir el apoyo de quienes rechazamos con vehemencia la guerra o la resurrección de magnicidas como Castaño?

  • ¿Quién entiende esta crítica recurrente? Mal si sí, y mal si no: “Ahora tiene que demostrar habilidad para escuchar y conciliar, capacidad para gestionar y jerarquía política, virtudes de las que carece por completo”.

Cuando Gustavo Petro se ha visto a sí mismo obligado a renunciar por completo a su radicalismo político para ceder espacio a la ultraderecha, dándole incluso cabida a clanes dentro del Gobierno -que hemos criticado desde la izquierda-, a los medios de comunicación y a los opinadores, que incluso hacen parte de esas mismas corrientes políticas, no les gusta.

Ah, sin embargo, cuando Petro cierra sus filas y no renuncia a sus convicciones ideológicas para no darle entrada a clanes políticos tradicionales, también lo critican y lo tildan de hipócrita y contradictorio.

Es decir: si concede espacio a la derecha, es un incoherente; si no se lo concede, es un radical sin habilidad para conciliar.

En últimas, el problema no es si da espacio o no a la derecha, el problema es que la derecha no es la que ocupa el Gobierno y punto.

Porque, décadas han tenido el poder ellos y… ¿se han al menos interesado en discutir sobre si conciliar o no con la oposición? ¿Han tildado su radicalismo político de régimen o ausencia de habilidad para conciliar? ¿Alguna vez intentaron pluralizar su institucionalidad por fuera de los mismos corruptos de siempre? A todas tres preguntas, NUNCA. Hoy no solo se debate, sino que el Gobierno, en diferentes momentos, ha abierto sus filas para consensuar, y se ha visto en la obligación de cerrarlas cuando hay traición o los resultados no son los esperados.

  • ¿En serio dice Mario Mendoza que Gustavo Petro ha tenido “componendas con las disidencias de las FARC”? Dice que es un “narcisista paranoico” y añade varios adjetivos más que parecen sacados solo de la despelotera de falacias del programa de María Andrea Nieto.

Una ceguera política estancó la visión de Mario en su análisis al punto de llevarlo a caer y reafirmar todos los imaginarios que han querido instaurar los medios en el pensamiento de las personas.

Me entristece que ahora él sea quien, queriendo o no, contribuya a promocionar estigmas que se han difundido con desinformación y verdades a medio contar, para decir que es que Petro es paranoico, que necesita ser visto por un psiquiatra, que es drogadicto, que su narcicismo está acabando el país, que estábamos mejor con Duque…

Defienden la idealización del personaje de Petro congresista para compararlo con el Petro presidente, intentando demostrar que antes era un impoluto y ahora un fracasado, obviando que lo que allí ha pasado es el cambio necesario en ese tránsito que ellos mismos piden: llegó al máximo órgano gubernamental un hombre que fue torturado, que vio a sus amigos ser asesinados, que cargó con la persecución de la institucionalidad toda su vida; y que ahora debe confrontar en paz a los victimarios de esos hechos (como lo ha logrado), al mismo tiempo que dirige un país que no quieren dejar entender que todos los problemas no se solucionan de la noche a la mañana.


Si Mario se digna a leer esto, como lector y seguidor de su trabajo desde hace más de 10 años, solo puedo decirle que su columna me decepciona. Habiéndole visto otras opiniones políticas, algunas incluso criticando a Petro, creía en su postura sobria y calculadora sobre el país y asentada en la realidad, seguía siendo en esencia lo que siempre nos había mostrado aún llevando consigo cambios y transformaciones que como seres humanos siempre debemos experimentar.

Sin embargo, en esta columna que hizo gemir de éxtasis a sus más grandes críticos como Alejandro Gaviria, no puedo encontrar la esencia de su alma escritural sino, al contrario, un afán de querer quedar bien con un sector del país que, a decir verdad, siempre lo ha despreciado y, como decía al inicio de este artículo, hasta lo intentó censurar.